Días de guardar, Daniel Lezama
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Días de guardar, Daniel Lezama
Lezama desde su propuesta estética ofrece una visión sobre la historia de México, su iconografía e idiosincrasia
Días de guardar, Daniel Lezama
Del 04 diciembre 2003 a 28 febrero 2004
Aún para la persona más ajena a las artes visuales, la obra de Daniel Lezama resulta rica en sugerencias y significados. Una vez que ha capturado nuestra atención mediante el uso de símbolos de gran arraigo, nos arroja por caminos insólitos e inesperados. Las pinturas de Lezama son complejas construcciones que mezclan con eficacia diversas dosis de veracidad realista y de ficción mítica, de cliché iconográfico y genuina inventiva visual.
Ya sea en forma explícita o velada, el arte alude ineluctablemente a la Historia. Es bien sabido que la verdad de la expresión artística está exenta de un compromiso con la veracidad de los hechos consignados. Sin embargo, aún en el caso de la más descabellada de las visiones, puede ser más reveladora de su circunstancia temporal, incluso que una objetiva reseña documental.
A diferencia de la llamada generación neomexicanista que echó mano de la iconografía histórica de manera literal, en pastiches cargados de parodia e ironía, Lezama es responsable absoluto de la construcción de sus imágenes. Aunque recurre a símbolos reconocibles en nuestro imaginario común, éstos han sido meticulosamente sometidos a un proceso de asimilación compositiva, semántica y técnica que los devuelve, transformados, al espectador.
Aún sin explícitamente proponérselo, registrando el presente, evocando el pasado o escrutando el futuro, la noción de atmósferas decrépitas documenta momentos que son un hito, que establecen una marca, después de la cual las cosas no volverán a ser lo mismo, se cancela la posibilidad de dar marcha atrás, sentido de lo irremediable, más que el inicio de lo prometedor.
Hay un antes y un después de situaciones fundacionales que son resultas con violencia, impuestas con la carga de terror y fascinación de una iniciación sexual o con la abusiva e implacable imposición de una violación.
Sus cuadros son "momentos de pintura" que simulan una historia y una narración, imposibles, un tiempo vencido aunque sin resolución, y un ser necesariamente disminuído: pero la desarmada cruauté de su maestría –así como la desarmante ternura– nos propone una nueva ética de la mirada inmoralista.
La vehemencia de las ilustraciones pictóricas de hechos históricos, pasajes bíblicos, escenas costumbristas o alegorías mitológicas, a la manera del romanticismo y el nacionalismo mexicanos de la segunda mitad del siglo XIX, es decir, aquella de la narrativa al servicio del discurso oficial y, por tanto, sometida a tal grado por su autoritarismo, que los malestares sociales reales de su momento resultaban demasiado prosaicos o indignos de ser tratados por el noble arte de la pintura.