Una flor, todas las flores, Jesús Reyes Ferreira
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Una flor, todas las flores, Jesús Reyes Ferreira
La obra de Jesús Reyes Ferreira suscitó numerosos testimonios de admiración de muchos creadores mexicanos de la época
Una flor, todas las flores, Jesús Reyes Ferreira
Del 28 de noviembre del 2002 al 15 de febrero del 2003
Desde sus orígenes, la obra de Jesús Reyes Ferreira careció de pretensiones artísticas. Los sencillos trazos que estampaba en pliegos de papel de china no tenían otra intención que decorar las envolturas para regalo de su tienda de antigüedades. Sin embargo, hacia la mitad del siglo XX, ese espontáneo divertimento ya había suscitado numerosos y elocuentes testimonios de admiración y respeto por parte de muchos de los principales creadores mexicanos de la época.
A pesar del casi unánime reconocimiento de los valores estéticos de sus obras, Reyes Ferreira seguía refiriéndose a ellas simplemente como "papeles" y a su oficio como el de un "embarrador de colores". La deliberada modestia y el carácter casi anónimo de su producción respondían a un temperamento profundamente marcado por una sensibilidad exacerbada y por convicciones de orden religioso que encuentran su expresión más cabal en la mística de San Francisco de Asís, al cual reconocía como figura tutelar y emblemática.
Un poco por esta actitud recatada, un poco por su excentricidad (en el sentido pleno de su vida y su obra) y otro tanto por su alejamiento de las convenciones canónicas que imperaban en el medio del arte, en la actualidad, su obra está injustamente valorada. Prueba de ello es que las más ambiciosas revisiones museológicas del arte mexicano del siglo XX lo han ignorado, así como también el hecho de que su obra (aunque forma parte de los acervos) no es incluida en los guiones curatoriales de las colecciones públicas más importantes de nuestro país. Esta situación se vuelve grave cuando consideramos que su aportación está a la par de la de artistas jaliscienses como María Izquierdo, Juan Soriano o Luis Barragán, quienes han contribuido a definir la identidad visual que tenemos del arte mexicano hoy día.
Quizá esto se deba a que las aproximaciones a su obra se han realizado desde una perspectiva inapropiada que no sólo ignora las premisas en que se sustenta su obra sino que incluso las descalifica. Nos referimos a las nociones de "repetición", "superficialidad", "fragilidad", "fugacidad" o "autoría" que son consustanciales a su producción, las cuales revelan su originalidad y aún encarnan una cierta actitud de resistencia crítica hacia los valores convencionales del objeto artístico.
La figura de Chucho Reyes ha sido reconocida por su revaloración de la estética del arte popular, pero lo que no se ha dicho y ha sido insuficientemente analizado es la perspectiva de un hombre intelectual y enterado, incluso cosmopolita, que disponía de información abundante y calificada sobre la dinámica artística de su época.
Por ello, paradójicamente, una figura tan cercana a los valores tradicionales de nuestra identidad cultural hoy podría encontrar mejores condiciones para la realización de un acercamiento a su obra más acorde con sus aportaciones. Sin atribuirle el papel de precursor, podemos afirmar que sus obras encuentran resonancias y correspondencias con algunos rasgos de la producción contemporánea tales como la irrupción del humor, la serialidad, la noción de la obra efímera, la difuminación de las fronteras entre las bellas artes y las artes populares, así como su actitud informalista y desapegada.
Dentro del reto que representa valorar la contribución de Chucho Reyes al arte mexicano hay, sin duda, muchas asignaturas pendientes. Una de ellas es establecer la relación de este pintor tapatío con Georges Rouault, artista del fauvismo relegado a un segundo plano, que tuvo en su momento una fuerte presencia en el medio intelectual de Guadalajara. Esta hipótesis no es del todo descabellada: basta recordar sus afinidades temáticas en relación con la religión, el circo y el prostíbulo.
La exposición Una flor, todas las flores tuvo un propósito más modesto, relacionado con una noción museográfica, una forma de verlo y presentarlo, más que con una intención académica. La exposición ideal de Reyes Ferreira sería una que reuniera el mayor número de obras del artista, para revelar de este modo, bajo la forma de un gran mosaico, las infinitas posibilidades de un puñado de temas recurrentes.
En nuestro caso, el reto curatorial no fue seleccionar las mejores piezas dentro de una producción (un papel), sino mostrar el mayor número de ellas (todos los papeles) para que revelasen, gracias a su naturaleza reiterativa, el ejercicio de abstracción lírica e informalismo, de espontaneidad del signo como metáfora de la libertad, esos gestos decisivos y certeros que caracterizaron el estilo de Jesús Reyes Ferreira.
Su mirada estética fue excepcional, libre de prejuicios y convencionalismos. Este don le permitió descubrir y expresar el aliento único e irrepetible que anima todas las cosas y los seres vivos, ese espíritu que les otorga a una flor y a todas las flores su singular lugar en el mundo. Evocarlo frente a su mesa de trabajo, con sus papeles en desorden y los pigmentos fluyendo bajo la orden de su mano flexible, nos recuerda también la actitud del monje taoísta empeñado una y otra vez en capturar, en su caligrafía, el carácter perentorio del signo esquivo que demanda por igual inocencia y sabiduría.