Encuentro, obras de Mathías Goeritz en la arquitectura de Luis Barragán
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Encuentro, obras de Mathías Goeritz en la arquitectura de Luis Barragán
Con esta muestra fue posible hacer una lectura sobre las profundas similitudes motivacionales que unían a estos grandes artistas, mismas que les permitieron trascender sus diferencias y crear juntos
Encuentro, obras de Mathías Goeritz en la arquitectura de Luis Barragán
Del 25 de abril al 3 de agosto del 2002
Tanto la obra de Luis Barragán como la de Mathías Goeritz giran en torno a un profundo sentido de la espiritualidad. Las convicciones religiosas de estos dos hombres de excepcional talento fueron, sin duda, el núcleo esencial sobre el que se fundó la estrecha y fructífera relación que dio como resultado algunas de las obras más emblemáticas del arte mexicano del siglo XX. Para ambos, la creación artística carecía de sentido si no manifestaba un claro reconocimiento de la dimensión mística de la existencia.
Goeritz era muy claro en lo que creía que debía ser el arte y en cómo los artistas debían crear. Solía decirle a sus estudiantes: "¡Menos inteligencia y más fé!" "¡Creer sin preguntar por qué!", casi como una doctrina. Por lo mismo, muchas veces se encontraba en franca contraposición con las vanguardias artísticas del momento, podemos leer escritos suyos con las frases "Please stop" y "Estoy harto", enmarcados por una encendida denuncia de la gratuidad, la vulgaridad y el materialismo que percibía en el arte.
En su Manifiesto de la Arquitectura Emocional, Mathías Goeritz expresó claramente lo que consideraba que debía ser una obra de arte. Opone el poder de los sentimientos al funcionalismo inhumano y frío; más que plantear un método, con el manifiesto hace un llamado a la ética en el arte, establece que el propósito principal del arte es producir una emoción que, sin dejar de cumplir su función y su lógica constructiva, someta todas las decisiones creativas a un determinante espiritual.
Goeritz logró materializar plenamente sus ideales estéticos en dos obras notables: el Museo Experimental El Eco y, en conjunto con Luis Barragán, las Torres de Satélite. Ambas construcciones constan de formas simplificadas que se perciben severas, pero portan significados profundos. Sobre las Torres de Satélite decía: "Para mí —absurdo romántico en un siglo sin fe— han sido y son un rezo plástico".
Es notorio a simple vista que hay una gran afinidad estética entre Luis Barragán y Mathias Goeritz. El lenguaje plástico que ambos usaban, articulado con un vocabulario formal riguroso, esencial y de una austeridad monacal, correspondía cabalmente al de los hombres de creencias que eran. Sin embargo, esta emoción espiritual tiene distintos orígenes: en el caso de Barragán, proviene de su ancestral tradición católica, en tanto que la espiritualidad de Goeritz responde a su intelecto.
Para entenderlo, debemos reconocer que Mathías Goeritz estaba marcado por su experiencia de la Segunda Guerra Mundial, que lo hizo atestiguar con alarma el proceso de secularización de todos los aspectos de la vida comunitaria. En contraste con las doctrinas del siglo XX, que trataban de llenar el vacío que dejó la desaparición del canon divino con el ideario de la modernidad laica, él construyó su doctrina personal con un fuerte sabor ecuménico. Combinaba elementos tan diversos como la visión primigenia del Hombre de Altamira, ciertas formas del judaísmo, las consignas dadaístas de Hugo Ball y las de Richard Hulsebeck sobre el Hombre Nuevo.
A pesar de las diferencias entre las estructuras ideológicas de Barragán y Goeritz, ambos artistas supieron reconocer y crear a partir de los lazos de afinidad que compartían. Ambos reconocían lo divino en los actos y las obras de las personas, compartían la urgencia por recuperar los valores humanistas. Barragán desde la mística franciscana y Goeritz desde la variante intensamente emotiva del judaísmo Hasidim. Ambos veían con simpatía cualquier muestra de humanidad, ya fuera un producto intelectual elaborado o una manifestación de la cultura popular. Tal vez la cualidad que más los unía fue la firmeza con la que creyeron en los poderes redentores del arte, misma que los impulsó a construir uno de los capítulos indispensables en la historia del arte moderno.
Barragán y Goeritz fueron, a contracorriente, hombres de su tiempo. La gran coherencia y calidad de sus obras —ya sea en colaboración o por separado— dieron como resultado espacios, esculturas y pinturas de gran originalidad y belleza.
La Casa ITESO Clavigero fue construida por Luis Barragán cuando Goeritz tenía 13 años y vivía en Berlín. Por ello, resulta sorprendente la gran afinidad que tuvieron las obras de Goeritz, con la arquitectura de Barragán en la que estuvieron situadas durante la exposición que se convirtió en una prueba de que los destinos de estos dos hombres, aún antes de conocerse, estaban hermanados espiritualmente.
Con esta muestra fue posible hacer una lectura sobre las profundas similitudes motivacionales que unían a estos grandes artistas, mismas que les permitieron trascender a sus diferencias y crear juntos.