Segundo lugar
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Segundo lugar
Limbo de las élites
Jessica Daniela Ramírez Rentería
Casi se desprendían las uñas de mis dedos por estar jugando nerviosamente con ellas; la ansiedad me corroía. Aún me dolía el puente de la nariz y me seguía acostumbrando a mis nuevos ojos.
Me detuve aún en la tierra y enfoqué la vista para poder ver una larga fila de candidatos que pasarían por la brillante máquina del número de oro. Tomé una honda bocanada de aire, ajusté mi saco, que era el mejor al que pude aspirar con mi suelo de 40 monedas, y me dirigí al final de la fila.
Examiné a cada uno de los candidatos; sólo un conjunto de hombres y mujeres con la piel estirada y rasgos deformados que parecían casi bellos, pero a la vez falsos y un poco tétricos. Eran pocos quienes consiguieron obtener un aspecto casi natural luego de someterse a las precarias condiciones de la cirugía con los muy limitados recursos con los que contábamos del lado de la élite desairada.
Desvié mi vista después hacia los individuos que ya no estaban en la fila, pero que tampoco habían cruzado a la élite privilegiada. Los rechazados. Un grupo de personas deformadas que habían depositado todos sus recursos y esperanzas en este momento, y que después de la resolución del juez de oro, habían quedado desamparados para volver, condenados a vivir para siempre en el limbo de las élites, dependiendo de la caridad de los ricos "bondadosos" que donan las latas próximas a la caducidad a los pobres rechazados en un acto de misericordia.
- ¿Crees lograr cruzar? - dijo un hombre inseguro delante de mí, aparentemente llamado Beck.
-Espero- dije- Del otro lado me espera la más bella de las mujeres. Nació de este lado de la élite, pero al crecer se convirtió en una hermosura y pudo aspirar a salir de este cochambre- recordé el bello rostro de Tasheera cuando tenía apenas 16, un poco antes de partir; ojos verdes y grandes, con rasgos finos.
-Suerte- suspiró amablemente- espero pasar también…
Asentí con la cabeza en un movimiento incierto, sabía que nuestras probabilidades no eran altas.
La división de las élites ocurrió mucho tiempo antes de mí, mucho antes de tener una oportunidad. Fue en tiempos muy remotos que descubrieron el número de oro. Bajo la premisa que se fue esparciendo generación en generación, de que, si un humano nace con los rasgos tan perfectos y simétricos, será debido a que es un ser más perfecto y apto biológicamente, por lo cual, entre mayor sea el número, más oportunidades merecen.
Al paso de los años se ha construido una meritocracia estética-económica, cuya brecha se extiende cada vez más, pues los desairados nos quedamos sin insumos en la búsqueda de una vida privilegiada y nuestros hijos heredan nuestra miseria, mientras que los bebés de la élite son cada vez más hermosos.
Llegó el momento de la verdad. Beck, temeroso, se adentró en la cabina, musitando oraciones para aspirar alcanzar el 1,6803398874, en un escenario perfecto, o al menos lo mínimo para cruzar: 1,5998899995.
El scanner emitió un par de sonidos robóticos al recorrer el rostro del hombre, y en la pantalla comenzaron a aparecer números aleatoriamente mientras la máquina realizaba los cálculos correspondientes. Los números seguían cambiando uno a uno en el monitor, dictaban 1,599889999 y el último número continuaba intermitente; pasaron unos eternos segundos de incertidumbre antes de que arrojara el último número: 6.
Beck salió de la máquina estupefacto y comenzó a llorar de alegría. Celebrando aún se acercó con el agente que le entregó su registro con el sello de "ACEPTADO". Ante tal acontecimiento me sentí esperanzado y más ansioso por entrar.
Entré a la cabina, era sólo una caja metálica amplia con un pequeño brazo metálico colgante del techo del cual se adhería un pequeño scanner que emitía una luz roja. Se cerró la puerta tras de mí y comencé a escuchar los ruidos robóticos mientras el scanner analizaba mi cara.
Comenzaron a aparecer los números aleatorios en el que sería el momento más angustiante de mi vida hasta ahora; la pantalla dictaba 1,599889999, del mismo modo que hacía con Beck; apreté los puños, expectante por el último dígito, el que sería al determinante de mi destino. Me desplomé al ver un 3 en la pantalla.
Escuché la cabina abrirse y salí a pasos lentos y desolados.
- ¡Esto debe de ser un error! -exclamé.
- Ningún error, señor Sven, esto es ciencia pura. - dijo el agente mientras me tendía mi hoja de registro con todos los cálculos y fórmulas, con un amplio sello que cruzaba todo el documento que deletreaba con mayúsculas "RECHAZADO".
Me aproximé al resto, que me veían con tristeza y empatía. No atinaba ni siquiera a llorar, así que me tendí en el piso sin mirar a ningún lado en particular.
Me resigné a mi destino, ya no vería a Tasheera nunca más. Iba a extrañar esos ojos verdes tan mágicos.
-No es para tanto. No hay mucha diferencia allá en la élite estúpida; mismas personas, diferentes caparazones, un montón de oportunidades más. No son tan valiosos como crees.
- ¿Y tú qué sabes? Si también quisiste cruzar.
-Después de todo tal vez sí somos más estúpidos, al querer cruzar a un mundo superficial que no vale nada, y tragarnos su verdad, que es por mucho distinta a la nuestra. Alguna vez fui tan vacía como ellos… y como tú.
Estas fueron las palabras de la chica misteriosa mientras se alejaba, dejándome perplejo. Tenía heterocromía, una ceja más alta que la otra y un tabique visiblemente desviado.
La analicé a fondo, no era perfecta, ni siquiera cerca, pero era bellísima; algo en sus ojos hacia magia, algo que transmitía con sus palabras. En ese momento lo entendí. Había encontrado belleza de la pura, de la real, de la que coincidía con mi verdad. Ahí entendí que prefería pasar la eternidad en el limbo de las élites con ella y siendo yo, que cruzar a la élite con Tasheera siendo un extraño.